Prepárate bien: ¡vas a cruzar cuatro fronteras en bici ! No te proponemos ninguna locura, son entre 400 y 500 kilómetros entre Basilea y Luxemburgo. Normalmente el viaje se realiza entre 10 y 15 días. Depende de las ciudades que quieras visitar y cuanto tiempo quieras estar en cada una, los días que tengas para hacer el viaje, si quieres ir por el camino más directo o si prefieres desviarte para ver más sitios y cuantos kilómetros quieras hacer por día. El recorrido se hace a través de caminos habilitados para bicicletas, carreteras secundarias y paseos. Además en la mayoría de las ciudades hay carril bici.
El inicio del viaje lo marcamos en Suiza, en la ciudad de Basilea, la tercera más poblada del país. Aunque Suiza no pertenece a la Unión Europea cruzar su frontera no conlleva ningún problema, solo necesitas el carnet de identidad. Basilea es una ciudad abierta, animada y con la reputación de ser una de las ciudades culturales más importantes de Europa. En alemán la región es conocida como el Dreiländereck
que significa la esquina de los tres países; y es que la ciudad tiene frontera con Francia y Alemania.
Al salir de Basilea te encontrarás en la provincia francesa del Alto Rhin, en Alsacia. Esta región está bañada de pueblos pequeños pero enormes por su belleza. La arquitectura, la gente, la gastronomía, la cultura, viajando en bicicleta da tiempo a disfrutar a fondo de cada paisaje, de cada pueblo, de cada región. Aquí encontrarás algunos casemates
que te trasladan enseguida sesenta años atrás, al escenario de un país en guerra. Al visitarlos hoy, aún se puede imaginar como fueron aquellos días ya que hay una asociación encargada de velar por el patrimonio histórico de la Línea Maginot: Aalma
(Association des Amis de la Ligne Maginot). Siguiendo el curso del Rhin, entre Basilea y Estrasburgo se puede elegir entre viajar por el lado francés o alemán. Existen bastantes puentes fronterizos. Para llegar a muchos de ellos se cruzan bosques frondosos y en la rivera del río suele haber caminos habilitados para bicicletas, que se agradecen cuando llevas tiempo pedaleando sobre el arcén de una carretera. El Rhin es una frontera natural pero nunca estas dos orillas estuvieron tan unidas. Una vez que los franceses consiguieron definir la frontera en este punto, hicieron todo lo posible para separase cultural y socialmente de los alemanes por lo que los pasos fronterizos estuvieron cerrados en bastantes ocasiones. Con la creación de la Unión Europea todo cambió, en principio se permitió el libre intercambio de mercancías y en la actualidad no existe ningún tipo de restricción para pasar de un lado a otro del Rhin. De hecho hay mucha gente que vive en Alemania y trabaja en Francia, o viceversa, y cruzan la frontera más de 400 veces al año. De todas formas si quieres ir por el carril bici que hay a las orillas del Rhin, desde el lado que te sitúes estarás circulando en un país y tendrás el otro a la vista, y esto siempre fue así.
No pienses que vas a estar solo, los paseos de las orillas del Rhin son frecuentados por multitud de gente realizando viajes en bici de varios días, haciendo footing, patinando o simplemente dando un paseo matutino. Una vez en Alemania las opciones son varias: existe un itinerario especialmente diseñado para bicicletas que llega a Friburgo, también puedes ir visitando los pueblos fronterizos mientras sigues camino hacia al norte o seguir por la ribera del Rhin disfrutando de la naturaleza hasta otro puente que nos conduzca a Francia. A cada lado del Rhin se habla el idioma propio del país.
La región de Alsacia, además de poseer un gran carácter tambíen tiene su propia lengua: el alsaciano o ellsäissich.
Un día de lluvia, tuvimos la suerte de experimentar la gentileza alsaciana cuando fuimos acogidos por una pareja que nos ofreció un buen plato de pasta y un café calentito. Ellos nos explicaron detalles históricos respecto a la lengua alsaciana. Una vez recuperada Alsacia para Francia el uso del alsaciano estaba fuertemente reprimido debido a su proximidad con el alemán. Eran tiempos de reunificación para los franceses y se debía hacer uso de una única lengua como símbolo de unión ya que las regiones de Alsacia y Lorena eran históricamente reclamadas por Alemania. Otros detalles al respecto son los símbolos religiosos. Históricamente en Alsacia-Lorena se practicaba la religión Protestante pero actualmente a la entrada de cada pueblo os dará la bienvenida un gran crucifijo como símbolo imponente del catolicismo en la región. Y es que a partir de la Primera Guerra Mundial los franceses han hecho todo lo posible para convertir estas regiones al catolicismo. Además, muchas de las calles que conducen desde Francia hacia la frontera se llaman General Charles de Gaulle, en obvia referencia al libertador de la patria gala. Aunque Francia continúa siendo el Estado más centralizado de Europa Occidental, en la actualidad, el bilingüismo es muy frecuente por estas tierras y la tensión entre franceses y alemanes se ha convertido en entendimiento y cooperación.
Además de los pequeños pueblos característicos de cada región a un lado y a otro del Rhin hay ciudades interesantes que visitar:
Mulhouse: Es una ciudad industrial pero su centro histórico tiene encanto. El albergue de juventud es barato y de los mejores de la zona y además a pocos kilómetros se encuentra el Ecomusée d’Alsace que es el museo al aire libre más grande de Francia. Es un museo vivo que nos muestra formas de vida tradicionales y en armonía con el medio ambiente y métodos de trabajo artesanos.
Colmar: La segunda ciudad más importante de Alsacia es también la más representativa de la región. El centro de la ciudad es peatonal y está lleno de comercios y construcciones de tipo alsaciano de finales de la Edad Media y del Renacimiento. Muchas de las casas están pintadas con vivos colores al estilo alsaciano y el museo de Unterlinden es conocido por el espectacular altar de Issenheim.
Friburgo: Es una de las ciudades más interesantes de la región de la Selva Negra. En el casco antiguo podemos encontrar vestigios medievales entre los que destaca su catedral gótica. De carácter universitario, Friburgo es considerada como capital de la ecología en Alemania y además posee el mayor número de instalaciones medioambientales de la Unión Europea. La ciudad cuenta con más de 400 km de carril bici, lo que demuestra el predominio de este medio de transporte y la alta calidad de vida de sus habitantes. Friburgo puede considerarse como una ciudad paradisíaca para los ciclistas ya que además de ser respetados, casi la mitad de la superficie total de su término municipal está compuesta por bosques.
El viaje continua subiendo hasta Estrasburgo, capital de la región de Alsacia. El objetivo no es llegar lo antes posible, de hecho, el viaje es el camino. Desde Alemania esta el puente fronterizo cerca de Saasbach que conduce al Memorial de la Línea Maginot (siempre mirar los horarios antes). Una vez aquí se puede tomar la carretera D-468 que sube hasta Estrasburgo pasando por partes realmente profundas y bellas de la región. Cada pueblecito está separado por unos cinco kilómetros y en cada uno de ellos podemos disfrutar de la belleza de la región. Unos veinte kilómetros antes de llegar a Estrasburgo se puede elegir un camino arbolado que transcurre por la rivera de un canal y habilitado únicamente para personas y bicicletas por lo que sería imposible disfrutar de él viajando en coche o motocicleta.
Y así llegamos a Estrasburgo, prototipo de ciudad de la Unión Europea y que alberga su Parlamento. En este punto del viaje ya tenemos una idea de Alsacia bastante fundamentada a través de los pueblos, paisajes y ciudades que hemos visitado y las gentes a las que hemos conocido. Pero Estrasburgo es diferente. Es cosmopolita, joven, llena de contrastes; es una ciudad que se mueve, un mosaico de culturas vivas. Está situada en el corazón de Europa y a cinco kilómetros de la frontera con Alemania. Estrasburgo, Nueva York y Ginebra son las tres únicas ciudades del mundo que sin ser capital de Estado son sedes de instituciones internacionales. Le elección de Estrasburgo como una de las capitales de la Unión Europea y como sede de su parlamento no está hecha al azar sino que representa el espíritu de unificación entre franceses y alemanes que sirve como ejemplo para la reconciliación de todos los pueblos de Europa. La arquitectura contemporánea de las instituciones europeas contrasta con las construcciones del siglo XVI de la Petite France, el barrio más pintoresco del casco antiguo que se encuentra rodeado de canales. La Catedral es también una visita obligada. Se puede subir hasta lo alto de su torre que cuando fue terminada, en 1439, era el edificio más alto del mundo (142 metros). En cuanto a la gastronomía, en Estrasburgo destaca la sabrosa Quiche Lorraine
, la buena cerveza y los conocidos Bretzels
. En toda la ciudad existen multitud de bares y de vida internacional, con gran número de estudiantes Erasmus. Cruzando el Puente de Europa o el de las Dos Riveras pasamos a la vecina ciudad de Kehl, ya en territorio alemán, bastante más pequeña pero con un centro peatonal lleno de tiendas y edificios interesantes.
Saliendo de Estrasburgo seguimos nuestro viaje hacia el norte. A pocos kilómetros nos encontramos con parte del bosque de Haguenau donde podemos disfrutar de la naturaleza sin bajarnos de la bici. Vamos a adentrarnos en Lorena dentro de poco. Pero antes debemos hacer dos visitas obligadas para los amantes de la historia: el Mueso de l’Abri y el Fuerte de Schoenenbourg. En el Mueso de l’Abri en Hatten encontramos tanques, helicópteros, aviones, y todo tipo de instrumentos pertenecientes a los ejércitos que participaron en la Segunda Guerra Mundial y multitud de maquetas de tamaño real y a escala que nos explican la situación de la región en aquellos días. El objetivo es hacernos reflexionar sobre los horrores de la guerra en un intento de que en el futuro no volvamos a caer en los mismos errores. Schoenenbourg es un fuerte realmente impactante, tal vez en el que mejor veremos representado el calibre de la Línea Maginot. Si se hace el viaje en verano no hay que olvidar llevar ropa de abrigo, por lo menos un jersey. En la visita a Schoenenbourg hay que descender más de 30 metros bajo tierra para caminar por las galerías diseñadas a partir de 1930 para acoger a decenas de militares. Aquí podemos ver como comían, dónde dormían, cómo se guardaban las armas para poder entender en vivo toda la magnitud de esta construcción. Hay visitas guiadas en francés y alemán pero también se puede acceder individualmente a través de las puertas blindadas para pasar por sus interminables galerías y llegar hasta las casetas fornidas todavía con las ametralladoras que intentaron parar la ofensiva nazi. Los muros tienen recuerdos históricos y paneles explicativos sobre los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y lo que pasó en ese mismo lugar. También hay altavoces con grabaciones de discursos de guerra de la época, programas de radio y propaganda de ambos bandos.
Seguimos hacia el oeste y aquí encontramos el único tramo un poco difícil para piernas inexperimentadas ya que el parque natural de Los Vosgos es algo montañoso. La preparación física determina los kilómetros que se hacen en cada etapa, pero si no se está bien preparado basta con tomárselo con calma. La ruta continúa a través de los Vosgos del norte, una atractiva zona forestal de paisajes increíbles y amplias zonas verdes que nos comunican un profundo sentimiento de libertad. Al otro lado de los Vosgos podemos visitar Simserhoff o Fort Casso, otras construcciones fortificadas de la Línea Maginot que se han conservado hasta nuestros días. La gente mayor que encontramos en esta parte de Francia han vivido y sufrido los años de guerra. Los Gites son casas de huéspedes donde el recibimiento es caluroso y en la mayoría de los casos sus dueños son la mejor fuente de documentación siendo sus consejos más valiosos que cualquier guía turística de la zona. La conversación es un viaje hacia otro tiempo. Las personas mayores de 65 años de esta región nacieron siendo franceses, cambiaron de nacionalidad a la alemana -y de idioma también- tras la ocupación, para volver a ser franceses después de la Guerra. Nos contaron que a principios del siglo XX se dieron casos de personas que lucharon con el ejercito alemán, contra los franceses, en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda lucharon en el bando francés contra los alemanes. Durante el siglo XX era fácil encontrar personas en estos pueblos a las que habían obligado a cambiar de nacionalidad hasta tres veces.
Seguimos avanzando con las bicis por los bosques de Lorena. Siempre pegados a la frontera alemana. Las gentes de aquí nos habían hablado bastante bien de Metz. Al parecer merece la pena visitarla pero nosotros no encontramos ningún camino apropiado para las bicicletas y visto que en el mapa supone un desvío demasiado grande de nuestro itinerario, decidimos seguir camino hacia Thionville que es una pequeña ciudad sin nada en particular y con un albergue juvenil poco recomendable. Si lo hubiéramos sabido nos habríamos dirigido directamente a Luxemburgo.
Es la ciudad natal de uno de los fundadores de la Europa unida, Robert Schuman, y quizás de ahí le venga su carácter europeísta, pues alberga varias instituciones de la U.E. Esta pequeña urbe es una de las más cosmopolitas y selectas de Europa. Los idiomas oficiales son el francés y el alemán. Pero el índice de inmigración es impresionante: más del 60% de la población es extranjera. Esto se debe al alto nivel de vida ya que es el país con la renta per cápita más elevada de la Unión Europea. Durante el año 2007 Luxemburgo es la capital europea de la cultura. Las fortalezas de la ciudad y el barrio antiguo han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.